Cada bocado saludable es un progreso de toda la humanidad
Sin una buena alimentación, no hay educación ni futuro. Cada bocado saludable que recibe un niño es una inversión en el progreso de toda la humanidad. En Potosí, el departamento más pobre de Bolivia, donde miles de niños enfrentan desnutrición y anemia, Rut, una empresaria comprometida, está demostrando que todos podemos ser parte de la solución.
1. La importancia de la alimentación infantil
La nutrición es la base del desarrollo. Un niño que no se alimenta bien no solo enfrenta problemas de salud, sino que también ve limitado su potencial académico y su futuro. La desnutrición afecta el crecimiento, debilita el sistema inmunológico, interfiere en el desarrollo cognitivo y genera dificultades de aprendizaje como falta de atención, inquietud y, en casos extremos, abandono escolar.
Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Programa Mundial de Alimentos (WFP), en 2022, 80.3 millones de niños en América Latina y el Caribe recibieron comidas escolares. Sin embargo, persisten profundas desigualdades en el alcance y calidad de estos programas, especialmente para los niños más vulnerables. La pregunta es: ¿quién llegará a ellos?
2. Rut y Provel: Un ejemplo de compromiso
Hace ocho años, Rut, gerente de Provel, una empresa familiar que comenzó envasando agua y que hoy produce una gelatina enriquecida con extractos de frutas y verduras. Rut, consciente de que la desnutrición afecta el rendimiento escolar, ideó este producto para mejorar la dieta de los niños de primaria y secundaria. Cada semana, tres furgonetas recorren Potosí distribuyendo 60.000 raciones a centros educativos.
Para Rut, su labor es más que un negocio; es una forma de aportar a su comunidad. Sabe que una buena alimentación infantil es de vital importancia, es nutrir la capacidad de aprender y soñar de los niños.
3. Los retos de la alimentación infantil
Aunque los programas de alimentación escolar son cruciales, no siempre llegan a quienes más lo necesitan. En muchos países en desarrollo, las familias gastan hasta el 52% de sus ingresos en alimentación, limitando su capacidad para invertir en educación, salud o vivienda. La paradoja es que, a pesar de este alto gasto, los alimentos a los que pueden acceder suelen ser de bajo costo y calidad: ricos en carbohidratos, azúcar y grasas, pero pobres en proteínas y nutrientes esenciales.
Esto no solo perpetúa la desnutrición, sino que contribuye también a la malnutrición, y como consecuencia aun problema creciente: la obesidad infantil. Así que, tanto la desnutrición como la malnutrición tienen consecuencias devastadoras para la salud y el aprendizaje de los niños.
4. Un esfuerzo colectivo: Gobiernos, empresas y ONG’s
Resolver este problema requiere un esfuerzo conjunto. Gobiernos, empresas, ONG’s y ciudadanos debemos trabajar de la mano para garantizar que ningún niño quede atrás. Las ONG’s, por ejemplo, llegan donde el Estado no puede. Hace cuatro años, AS invirtió en capacitar familias para crear huertos comunitarios, y hoy apoya una panadería autosostenible que beneficia a una escuela rural. Estas iniciativas son prueba de que pequeñas acciones pueden generar un gran impacto.
Pero no podemos depender solo de esfuerzos individuales. Los gobiernos tienen la responsabilidad de garantizar programas de alimentación escolar sostenibles, integrando la educación nutricional en el currículo para que los niños y sus familias puedan tomar decisiones informadas.
5. Alimentar es invertir en el futuro
Cuando un niño entra al aula con hambre, los profesores lo notan: inquietud, distracción, sueño. En palabras de Steven, responsable de apadrinamiento en Haití: “Basta unos minutos para que el hambre se evidencie. Un estómago vacío no aprende.”
Alimentar a un niño hoy es asegurar que todos tengamos un futuro. Es invertir en una sociedad más justa, saludable y próspera. Rut y su gelatina enriquecida son un ejemplo de que cada granito de arena cuenta, pero necesitamos más manos unidas en esta causa.