Después de una jornada dura de trabajo, en el sexto día Dios creó al hombre y a la mujer (Génesis1:27). Desde el principio, estuvo implícito que Él creó a la mujer como ayuda idónea y fuente de procreación, para que la tierra se expandiera. Desde entonces hasta hoy, a lo largo de la historia, la mujer se ha desenvuelto en todos los contextos, respondiendo a las exigencias y necesidades que presenta el medio en el cual se mueve.
Pese a los deseos de reconocimiento que impone la sociedad, para la mujer latinoamericana la maternidad es uno de los aspectos de su identidad más importante; de hecho, se convierten en las únicas responsables, no solo de proporcionar los cuidados básicos para la supervivencia de los hijos, sino de todo su desarrollo psicológico y afectivo: en sus manos está el deber de educar a un buen ser humano, que ocupe el mejor lugar posible dentro de la sociedad.
En las últimas décadas, el rol del hombre en Latinoamérica ha pasado, de ser sólo el proveedor de recursos, a involucrarse más activamente en el proceso de desarrollo de sus hijos en todas las áreas: psicológica, espiritual, física e intelectual. Sin embargo, esto no ha eximido a la mujer-madre de ser el eje fundamental de la educación del niño; es ella, como figura materna, la que debe mantener vínculos positivos que den seguridad a sus hijos: un niño cuando se siente protegido, cuidado y atendido por su madre, crece con una autoestima adecuada, capaz de enfrentarse a cualquier circunstancia sin sufrir secuelas por ello.
Todavía queda mucho por hacer, pero el futuro es esperanzador. En la actualidad son muchos los proyectos tanto políticos, religiosos y particulares que trabajan en pro de mejorar la dinámica intrafamiliar, y a esto hay que sumarle la actitud positiva de la mujer latinoamericana, para construir un continente más humanizado y acorde con los principios bíblicos.
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