Cada día, James se levanta de su cama y camina hacia la cocina. El frío suelo de tierra le recuerda que aún es temprano, pero su estómago gruñe y no puede esperar. Sabe que probablemente no habrá nada, pero abre la alacena con la esperanza de encontrar, al menos, un poco de pan. Como siempre, está vacía.
James tiene 10 años y cuatro hermanos. Su madre pasa largas horas lavando ropa para los vecinos del barrio, mientras su padre, albañil de profesión, acepta cualquier trabajo que le ofrezcan con tal de llevar algo de dinero a casa. Pero no siempre hay trabajo. Los días sin ingresos se acumulan, y la familia sobrevive con apenas 1,5 euros al día. Hay jornadas en las que James y sus hermanos no comen nada.
La madre de James observa con tristeza cómo sus hijos se quejan de dolores de barriga y se sienten mareados por la falta de alimento. Aun así, no se rinde. Cada mañana, al clarear el día, los despierta y los apura para que vayan a la escuela, donde al menos podrán recibir un desayuno saludable.
James y sus hermanos caminan una hora y media hasta la escuela. Lo hacen con sus zapatitos (muy desgastados) y el estómago vacío, pero con el corazón lleno de esperanza. Saben que allí les esperan alimentos. Ese primer bocado del día les da la fuerza para seguir adelante.
En su barrio, James no está solo. Hay muchos niños como él que comen día sí y día no. Niños cuyos cuerpos pequeños ya no tienen fuerzas para correr ni jugar porque la desnutrición los está debilitando. Pero en medio de esta lucha, los comedores sociales apoyados por AS están marcando una diferencia.
Steven, responsables de comedor social en Haití explica: “Lo más doloroso de estar con estos niños es ver sus rostros con hambre. Algunos se duermen en clase o se quejan de dolor de barriga.”
Matha, de Bolivia, y madres de 3 niños, comenta: “Antes, mis hijos tenían anemia. Ahora, gracias a los alimentos que reciben en los comedores sociales, están más animados.”
El hambre no es solo un vacío en el estómago; es una sombra que apaga los sueños y las sonrisas de los niños. Alimentar a un niño o niña durante un mes cuesta lo mismo que un menú en España: 15 euros al mes. Con ese pequeño gesto, podemos devolverles la salud, la esperanza y la posibilidad de un futuro mejor.
James y sus hermanos caminan kilómetros cada día con una sonrisa en el rostro, porque saben que al final del camino les espera un plato de comida. Con tu donativo de 15 euros al mes o 180€ anual puedes mantener la sonrisa en su rostro y la de muchos otros niños más. También puedes unirte al grupo Teaming, donde por sólo 1€ al mes apoyas la alimentación de un niño o niña.
Cada euro cuenta. Cada plato cambia una vida y es una sonrisa más.