Marjorie callaba. Callaba ante su madre, para no preocuparla. La ayudaba a vender en su comercio como siempre, pero ahora lo hacía para no quedarse en casa. Su hogar se había convertido en el lugar más peligroso que conociera. Callaba ante sus seis hermanos mayores, para que ellos no tomaran cartas en el asunto. Temía que todo empeorase. Callaba en el colegio. Era buena estudiante y las tareas escolares la ayudaban a huir de aquel horrible recuerdo que irrumpe cada noche como una pesadilla. Callaba ante sus amigas y compañeros. Se aferraba a lo cotidiano, aunque su futuro se había quebrado.
A sus 11 años su embarazo la deparaba un futuro devastador. Muchas adolescentes escapan de sus hogares porque, vinculado a las drogas y/o alcohol, sufren violencia y abuso sexual (un 34% en Bolivia) y se van a la calle. En Santa Cruz y otras ciudades grandes, encuentran mujeres captoras que las cuidan, ofreciéndolas comida y refugio hasta que entran en la dinámica del comercio sexual, “haciendo pieza”, como ellas lo llaman. Y este podría ser el futuro de Marjorie.
Pero un día Marjorie habló. Una profesora, Adelaida, se dio cuenta del estado ya avanzado de gestación de la niña. No es algo extraño en Bolivia. Se estiman 109 casos diarios de embarazos de niñas y adolescentes entre 10 y 19 años. Solo el 1% es detectado y denunciado. Llamó a Marjorie a su despacho y la niña contó que fue su padrastro, un día que se quedó en casa a solas con él. Esas pocas palabras bastaron.
Inmediatamente Adelaida avisó a Alfredo, el representante de la Defensoría de la Niñez en Santa Rosa del Sara, su ciudad, y Marjorie fue trasladada hasta Santa Cruz para ser atendida en la Maternidad «Percy Boland» donde recibió atención médica. Según la legislación vigente en Bolivia, el embarazo, para ser interrumpido debe realizarse dentro de las 12 semanas y ella llevaba 28 semanas de embarazo, pero los médicos la aconsejaron que abortara pues a su corta edad su vida peligraba en el parto e incluso podía perder el bebé. Marjorie no quiso abortar: “Me quieren hacer cosas malas, no quiero que maten al bebé, esperaré a que nazca”.
Jorge, su padrastro admitió la violación y, en procedimiento abreviado, fue condenado a 30 años de prisión sin opción a indulto. La madre no fue condenada porque alegó que no estaba allí y que no supo nada porque su hija se lo ocultó durante meses. ¿Qué encierra esa madre en su corazón que se ha apartado desde entonces de su hija, y eso que su hijo mayor deseaba que la acogieran y cuidaran en casa? No la ha visitado nunca más , aunque las trabajadoras sociales de la institución que cuida de la menor la han informado y facilitado los procedimientos para verla reiteradamente.
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Marjorie vive en Santa Cruz, pero no en la calle, a merced de la violencia de proxenetas y en riesgo de caer en adicciones y contraer enfermedades de transmisión sexual. Actualmente afronta su maternidad en el Hogar El Faro, un proyecto apoyado por Alianza Solidaria, es un centro donde atienden a las madres adolescentes ofreciéndolas acogida, orientación y capacitación con el fin de que puedan desarrollar una vida plena y fortalecida. Y Marjorie se ha integrado de forma sorprendente. Su pequeño Gabriel, al que cuida con una dedicación admirable, crece sano. Su progreso en los estudios es sorprendente, obtiene muy buenas notas. Su vida no ha sido fácil, y tendrá que superar el trauma de la separación de su madre, pero su historia “es un ejemplo de superación, amor y resiliencia. Su fortaleza y dedicación inspiran a quienes la rodeamos, recordándonos que, a pesar de las circunstancias más difíciles, el amor y el compromiso son fuerzas poderosas capaces de transformar vidas. Cuando se le pregunta, de dónde proviene esa fuerza, ella dice: “En este centro me siento amada y protegida”” como explica la directora del Hogar El Faro.
La historia de Marjorie, en este Mes de la Mujer, nos motiva a seguir trabajando para transformar la vida de muchas niñas. Te invitamos a ser parte de este cambio. Recuerda que 10€, 15€, 20€ marcan la diferencia.