Haití es el país más pobre de Latinoamérica y uno de los 5 países más pobres del mundo. El ingreso per cápita es de 1.200 dólares americanos al año. El 74,6% de la población vive con menos de 2 dólares al día, el umbral de la pobreza, y un 54% de la población vive por debajo de la denominada línea de pobreza “extrema”. Haití no produce casi nada. El desempleo sobrepasa el 70% y en muchos lugares impera la anarquía. La edad media de la población es de 23 años. El 70% tiene menos de 35 años. La media de vida en los hombres es de 61 años y en las mujeres de 64.
La trayectoria de Haití se caracteriza por inestabilidad institucional y carencias económicas. Desabastecimiento de productos básicos y una inflación galopante. Conviven con la corrupción, una economía maltrecha y emergencia social. El país está en desamparo económico y endeudado con numerosas organizaciones internacionales lo que hace imposible hacer nada. Además, según el Fondo Mundial de Alimentos, la mitad de la población vive en situación de hambre aguda.
Uno de cada dos haitianos, mayor de 15 años, es analfabeto. Más de 200.000 menores no están escolarizados. La calidad de la educación es baja, y el 90% de las escuelas son privadas y demandan mensualidades prohibitivas para familias de bajos ingresos.
Entre 225.000 y 300.000 niños trabajan como restavèks (tareas domésticas). A menudo, estos menores no reciben pago alguno, ni tienen acceso a la educación, y son abusados física o sexualmente.
Por su ubicación, Haití es también vulnerable a repetidas catástrofes naturales. Los huracanes golpean el país frecuentemente. Los terremotos desatan a menudo su furia en estas tierras, siendo el más conocido (no el único) el del 2010, que se cobró más de 220.000 muertos, dejó más 300.000 heridos y más de millón y medio de afectados.
La gran respuesta internacional no se ha visto recompensada con un mejoramiento del país. Todo lo contrario. La situación ha ido deteriorandose año a año, y desde el asesinato de su presidente Juvenel Moïses en 2021, Haití está sumido en una guerra de bandas que se disputan el país, sin estado que les haga frente.