¡Qué extraña me resulta esta pregunta ahora! Pero en el año 2006 todo era diferente. Soy Consuelo y me gustaría contaros mi historia de cómo llegué a Tejidos Turmanyé.
Comenzaré hablándote de mi familia. Estoy casada y tengo 2 hijos. En aquellos tiempos, mi situación socio-económica era mala. Mi esposo es profesor pero sólo lograba contratos eventuales, mal pagados. Teníamos muchas deudas. Yo ayudaba preparando bocadillos y vendiéndolos en un colegio.
Cuando decidieron abrir una cafetería en el centro, y me comunicaron que ya no podría vender mis tentempiés, se me cayó el alma a los pies. ¿Qué sería de nosotros ahora? Mientras volvía a casa llorando, me encontré con una conocida a la que le conté lo que me pasaba. Cuando ella me habló del taller de “Tejidos Turmanyé” fue como si un rayo de sol asomara a través de un cielo lleno de nubes negras. ¿Habría un sitio para mí en aquel lugar?
¡Sí, lo hubo! Hace ya 15 años que trabajo allí y he podido proveer para mi familia durante todo este tiempo. Como podéis imaginar, los comienzos fueron difíciles. Apenas sabía tejer con agujas. Me sentía muy insegura y con temor a no ser capaz de aprender. Ya me veía perdiendo este trabajo que tanto necesitaba. Pero todos mis miedos eran infundados.
En el taller, me fueron dando tareas que podía realizar, tejiendo prendas sencillas a la vez que me capacitaban. Los primeros meses estuvieron llenos de errores y nervios. Poco a poco aprendí a tejer a máquina, a hacer diferentes modelos y a adaptarme a las diferentes medidas en las que tejemos nuestras prendas. ¡Cuánto he aprendido en estos años! Ahora me resulta fácil entender los diseños, se cómo tejerlos y me siento segura en todo ámbito de mi trabajo.
Cuando llegué al taller, mis dos niños eran muy pequeños: 8 y 5 años. Gracias a los ingresos económicos extra, mis hijos han podido estudiar, incluso, ir a la universidad y podrán tener un futuro mejor. Estoy muy agradecida a Dios y a Tejidos Turmanyé, por estos años de gran apoyo tanto económico como familiar y de desarrollo personal.
Oh! Increible! Cuanto me anima este testimonio!