David: «Él te concederá las peticiones de tu corazón» Salmo 37:4
En el corazón de todo niño existe un fuerte anhelo por tener un hogar, un verdadero hogar, donde crecer amado y tener seguridad. Pero muchos niños carecen de este vínculo maravilloso creado por Dios, llamado familia. Este era el caso de David, un niño que, en circunstancias difíciles, conoció al Señor y clamó a Él. Aunque sus necesidades físicas estaban cubiertas, él anhelaba algo más. Dios escuchó sus oraciones y respondió, regalándole aquello que más deseaba.
Desde muy pequeño, David había vivido duras experiencias que hicieron de él un niño triste. Nació en una familia muy humilde. Su padre, un albañil con trabajos esporádicos, y su madre, vendedora de fruta, eran ambos alcohólicos. Sus hijos vivían en un terrible abandono moral y material. Al volverse insostenible la situación, las autoridades tuvieron que intervenir. Cogieron a los 3 hijos menores de la familia y asignaron su custodia a una hermana mayor, que no supo cuidarles; perdió la custodia, y los 3 fueron a vivir a la Casa Hogar Turmayé en 2014. David tenía, en ese tiempo, 5 años, y sus hermanos, 12 y 17. Vivió allí hasta diciembre de 2019.
En los primeros años, desde Turmanyé se procuró su acogimiento familiar con alguna persona cercana a su contexto. Pero no hubo respuestas favorables, ni de la familia, ni de las autoridades. Pasaban los años y no había familia para David. Su hermano mayor no quería ser adoptado y no se quiso romper sus únicos vínculos familiares. En el último año, en la Casa Hogar, David manifestaba cada vez más su frustración por vivir en una institución, y le pedía siempre al Señor una familia.
A pesar de todo, en estos años, Dios obró grandes cambios en su vida. De ser un niño temeroso, triste y con profundos sentimientos de inferioridad, pasó a desarrollarse plenamente, y a relacionarse con los demás. A mediados del 2019 recibió a Jesús como su Salvador. Él siguió orando por lo que más anhelaba y Dios obró otro gran milagro en su vida, dándole una familia. Con 10 años es muy difícil ser adoptado. Pero para Dios no hay nada imposible. Una madre que anhelaba un hijo, y un hijo que anhelaba unos padres, ambos reunidos estableciendo lazos fuertes de amor y dependencia mutua. Aunque los primeros días fueron difíciles para ambos, ahora están muy agradecidos por poder estar juntos, sabiendo que es el mismo Señor el que ha formado esta nueva familia.
Damos gracias al Señor por habernos permitido ser instrumento en sus manos para bendecir a David, por las misioneras que diariamente llevan el amor de Dios a estos niños, y por los padrinos, que colaboran para que todo esto sea posible.