
8 mil millones de habitantes del planeta, casi uno de cada diez sufre hambre
El planeta produce suficiente comida para alimentar a todos sus habitantes, pero las frías estadísticas del hambre y la pobreza, a pesar de los logros humanos, son escalofriantes. Según el Banco Mundial, de los 8 mil millones de habitantes del planeta, casi uno de cada diez sufre hambre. Cerca del 40% de la población (3,1 mil millones) no puede acceder a una dieta saludable.
Si bien las zonas del planeta donde hay más hambre están en Asia y el África subsahariana, con tasas de inseguridad alimentaria del 39,9% y 39,4%, respectivamente, América Latina le sigue con una tasa del 33,5%. Según datos recopilados, entre 2012 y 2023, países como Haití, Honduras, Bolivia, Perú y Colombia han experimentado aumentos significativos en inseguridad alimentaria. Es destacable la situación de Haití, que ha pasado de un 40% de su población en inseguridad alimentaria antes de la pandemia, a un 78% en la actualidad, una situación alarmante que requiere intervención inmediata. Otra situación preocupante es la de los refugiados sirios en Líbano, con cifras de inseguridad alimentaria del 52%.
Los niños son los más vulnerables. Según la ONU, 45 millones de niños sufren desnutrición aguda, que frecuentemente lleva a la muerte o a alteraciones cognitivas; y dos millones de niños mueren de desnutrición cada año, casi la mitad de ellos por hambre o causas relacionadas.
El Covid-19 y la guerra en Ucrania han supuesto un retroceso en la pequeña mejora lograda en la lucha contra el hambre en las últimas décadas.
¿Cuáles son las causas?
Como podemos deducir de estas estadísticas, los problemas interrelacionados de la pobreza, la desigualdad, los conflictos, la discriminación de género, las emergencias meteorológicas y sanitarias, el cambio climático y la debilidad de los sistemas gubernamentales y de salud contribuyen a que millones de familias en todo el mundo no puedan acceder a alimentos nutritivos. Vivimos en un mundo donde la palabra «desarrollo», principal axioma del mundo internacional, ha quedado caduca por la inefectividad de la ayuda al desarrollo. Los planes para erradicar la pobreza y reducir la desnutrición en la población, especialmente infantil, han sido constantemente relegados a un segundo plano por la falta de consenso internacional.
El egoísmo colectivo, con el auge de los nuevos nacionalismos y el neoliberalismo, aumenta la creación de fronteras y muros a la empatía y la bondad.
A pesar de los esfuerzos internacionales y los pequeños avances de las ONG, la falta de unidad política impide que los planes para paliar el hambre y fomentar el bienestar de las personas con más necesidad tengan un impacto significativo. Mientras que los planes de vacunación infantil (acciones puntuales y fáciles de controlar) han reducido mucho la mortalidad infantil, es mucho más difícil asegurar que las poblaciones que sufren la escasez de alimentos y una dieta equilibrada obtengan el alimento necesario cada día. Sin dinero no hay comida, y el desplazamiento de las personas por conflictos o emergencias climáticas impide el acceso a alimentos nutritivos.
¿Cómo reaccionamos ante este problema abrumador?
Normalmente, la reacción es de pena e impotencia, o apatía. Vivimos en un mundo despreocupado y ensimismado, centrado en el ocio y anestesiado frente a las imágenes del sufrimiento ajeno en las noticias. Así que, fácilmente, nos contagiamos de indiferencia.
¿Qué podemos hacer?
La compasión por los que sufren y el amor al prójimo deberían llevarnos a cuestionar nuestra forma de vivir y a no conformarnos, a trabajar juntos para ayudar a cambiar las vidas de quienes están en peligro o vulnerabilidad. Porque si nos unimos, juntos podemos detener las consecuencias desastrosas del hambre en la vida de un niño, una niña o de una comunidad.
Miguel Wickham
Profesor de geografía y responsable de Iglesia