Cuando estaba en el vientre de mi madre no sabía lo difícil que sería vivir. No sabía cuánto necesitaría su consuelo y la seguridad de su abrazo. Me esperaba un mundo lleno de guerra y tristeza.
Mi vida comenzó con dos cirugías gastrointestinales consecutivas. Sólo había pasado una semana de mi nacimiento. Mientras estaba allí acostada, escuché al doctor explicarle a mi madre lo difícil y dura que era mi situación. Incluso me costaría digerir cualquier tipo de leche. Sentí las lágrimas de mi mamá rodar por mi cuerpo mientras me decía que este sería el menor de mis problemas. ¡Vendrían muchas más dificultades después!
Nací en Líbano pero mi familia es de Siria. Mis padres hablan de un país increíble al que una vez llamaron hogar. Yo en cambio, no pertenezco a ningún sitio. Mi patria me fue arrebatada.
Ser refugiado no sólo significa que somos demasiado pobres para pagar un hospital o que necesitamos apoyo para sobrevivir. Significa que vivimos en una tierra que no es nuestra y en la que no nos aceptan. Significa vivir sin honor, sin dignidad.
Con el apoyo de algunas organizaciones, mis padres pudieron pagar las facturas del hospital y me dieron el alta para volver a casa. Cuando salí esperaba una cama cómoda y un biberón grande de leche, pero me recibió una tienda de campaña destrozada. ¡No éramos bienvenidos en ninguna parte!
Cuando llegamos mi hermana pequeña lloraba. Estaba sola en casa cuando ocurrió. Fue testigo de nuestra tragedia. Muchas tiendas destruidas, algunas quemadas,… Gritos, dolor y pena en toda la zona. Mi hermana y yo sólo deseamos crecer en un hogar feliz. Disfrutar de una infancia adecuada con juegos, muchos amigos y sin miedo. ¿Por qué no puede ser? ¿Por qué nos rodea la destrucción y el rechazo? ¿Hay un final para todo este dolor?
Yo digo: ¡sí! Creo en un poder mayor. Creo en Dios. Él es asombroso. Él cambia el dolor en felicidad. Él hace que los milagros sucedan. Y, porque creo esto, te pido que ores: que ores por mí, por mi hogar, por mi familia, por mi gente. Sabemos que Él tiene el control. Sabemos que Él escucha las oraciones de su pueblo. Él es nuestra única esperanza y fortaleza. ¡Gracias por ayudarnos con tus oraciones! ¡Gracias porque, en la distancia, nos eres muy cercano! ¡Gracias Señor porque conoces nuestras necesidades y nos cuidas!