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¿Qué postura deben tener los cristianos ante la guerra? Cuando consideramos que nuestra causa es justa, ¿debemos usar la violencia para defender nuestros intereses, territorios y aliados? ¿O debemos tomar las palabras de Jesús en cuanto a amar a nuestros enemigos (Mateo 5:43-44), como indicación de que la postura cristiana auténtica es el pacifismo? Son preguntas complejas que requieren más espacio del que dispongo, pero dejadme daros algunas pinceladas bíblicas para la reflexión.

Como punto de partida debemos fijarnos en el origen de la violencia (Génesis 2-4). Fue la desobediencia de Adán y Eva la que puso fin a la paz con Dios, de la que habían disfrutado en el Huerto del Edén. Y no pasó mucho tiempo hasta que ocurrió el primer acto violento, con el asesinato de Abel a manos de su hermano Caín. Pronto la violencia se extendió por toda la tierra y, tal fue su expansión, que Dios mismo contempló poner fin a la humanidad (Génesis 6:7). La violencia se hizo parte de la costumbre, y cada primavera los reyes solían salir a la guerra (2 Samuel 11:1). La paz no era más que una breve pausa en un estado bélico perpetuo, solo interrumpido en el tiempo invernal.

Para Israel, el pueblo de Dios, las cosas no eran distintas. La posesión de la tierra prometida se llevó a cabo a través de una guerra (Éxodo 23), y muchos de los textos del antiguo testamento tienen como telón de fondo la guerra. Lo que no encontramos en ninguna parte de la Biblia es el concepto de guerra justa. Aunque sí encontramos muchos ejemplos de personajes bíblicos que buscan cualquier pretexto para justificarse y argumentar que Dios está de su lado. 

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¿Debemos usar la violencia para defender nuestros intereses, territorios y aliados?

Me viene al recuerdo la ocasión cuando Josué se encontró frente a un varón que tenía una espada desenvainada (Josué 5:13-15). Josué le preguntó: ¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos? Él respondió: ¡De ninguno! Me presento ante ti como comandante del ejército del Señor. En las guerras, Dios no está de ningún bando, ni a favor o en contra de un pueblo, sino en contra del pecado. Guerras habrá, y si el pueblo de Dios lucha en contra del pecado, puede que Dios luche con ellos. Pero si el pueblo de Dios adora a dioses ajenos, incluso los del nacionalismo, la riqueza o el poder, puede que Dios combata en contra de su pueblo.

¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? (Santiago 4:1). La Biblia no presenta la guerra como un hecho aparte, distinto a otros hechos pecaminosos. La guerra es una de las consecuencias del pecado, y la respuesta definitiva al problema del pecado se encuentra en la Cruz de Cristo. La respuesta de Dios al problema de la violencia fue identificarse con nuestra condición humana y derrotarla para siempre. Como dijo René Padilla: en la cruz él absorbió la violencia para liberarnos de su fatalidad.

Debemos volcarnos en ayuda humanitaria cristiana a favor de Ucrania y, sobre todo, en favor de los refugiados. Debemos orar tanto por los ucranianos como por los rusos. Hacemos bien en denunciar las barbaridades hechas en nombre del pueblo ruso. Incluso puede haber argumentos para implicarnos más en defender a los ucranianos. Pero no olvidemos que el origen de esta guerra, y de todos los males de la vida, se encuentra en el corazón humano. Como mucho, el fin de una guerra da lugar a una pausa invernal de la violencia. El único que puede traer paz al mundo y al corazón de cada uno es Jesucristo, el Príncipe de Paz.

Jim Memory

Director Regional, Movimiento Lausana Europa

Director de Colaboración Internacional, Misión Cristiana Europea 

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