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No obstante, de dicho documento también se desprende que las mujeres en edad de trabajar, sólo el 50% accede al mercado laboral; que continúa la violencia de género y el matrimonio infantil; que la mujeres siguen en desventaja respecto a los hombres en lo que se refiere a tener voz y ser escuchadas, tanto en ámbitos públicos como privados; que continúan las muertes por complicaciones durante el parto; que muchas no tienen acceso a los servicios sanitarios mínimos…etc.

Concretamente, centrándonos en el ámbito geográfico latinoamericano, hay que reconocer que la situación de la mujer ha experimentado también alguna mejoría, aunque diversas publicaciones consultadas comparten que «el aporte que realizan las mujeres al desarrollo económico en distintos sectores no se refleja en su participación en las esferas de poder, aún cuando es posible observar un discreto y sostenido incremento».

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Esta condición empeora conforme se desciende en la escala socio-económica y se hace extrema en el caso de las indígenas. A la clásica discriminación por clase social y raza.

Si afinamos aún más, y nos centramos en Perú, la situación es la que hemos descrito: mujeres que tienen que sacar adelante el hogar haciendo de padre y madre, con un acceso mínimo al mercado laboral, acorraladas por un machismo que se mantiene a lo largo de los siglos.

Si queremos hacer algo por esta situación, deberemos atender las necesidades de las mujeres de forma integral: sus necesidades físicas, laborales y sociales; pero también espirituales y emocionales. Así lo hizo Jesús, devolviendolas la dignidad que la sociedad les había arrebatado. Y sólo así podrán ser transformadas verdadera y profundamente, para ser, después, agentes de cambio en su entorno, su familia, su barrio, su país.

Es por ello, que desde Alianza Solidaria, a través de su programa #Turmanyé AS que opera en la ciudad de Huaraz, Perú, se inició en 2013 un Taller de Artesanía para que mujeres de bajos recursos (madres solteras o con parejas sometidas a una vida de maltrato y violencia), pudieran aprender a tejer y mejorar sus precarios ingresos, y por ende la calidad de vida de sus hijos.

Son mujeres admirables y abnegadas. Son los motores de sus hogares. Pero solas no pueden, necesitan nuestra ayuda para aspirar a un mundo mejor. Apoyarlas es ir sobre seguro, su compromiso es inquebrantable. No queremos continuar asistiendo a la constatación, año tras año, de las mismas cifras de miseria e injusticia, sino con las de un desarrollo sostenible, con la ayuda de Dios, reconciliando a las personas consigo mismas y con sus semejantes.

Sí quiere conocer más acerca de «La mujer en Latimoamérica» pulse aquí (Revista año 2016)

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